Ana María Matute y yo
Entro en el vagón aparentemente vacío y la veo, sentada al lado de la ventanilla, sola. Mientras me voy acercando mis dudas iniciales desaparecen. Es Ana María Matute, no hay duda, con una bolsa de puerros pero Ana María Matute. Me siento a su lado mostrando la mejor de mis sonrisas, no todos los días tiene uno la oportunidad de conversar con una académica de la Real Academia Española de la Lengua. No había leído entero ningún libro suyo, recuerdo empezar uno muy gordo cuyo título ya he olvidado. La tengo a tiro y no hay mucho tiempo que perder porque en tres minutos llegaré a mi parada. Me da rabia no saber qué decir con todas las dudas que tengo sobre el lenguaje. ¿Quizás romper el hielo con un chiste? Ella parece de buen humor, no me cuadra demasiado que esté haciendo este trayecto, quizás está documentándose para su nueva novela. Con estos escritores ya se sabe, te pueden montar una saga detectivesca partiendo del aroma de un puerro mustio. El tiempo se agota, me armo de valor y me lanzo.
-Eso de limpia, fija y da esplendor vaya parida ¿no? Quiero decir, para un anuncio de gomina puede estar bien pero para una academia de la lengua… ¡no me jodas! -según dije esto último me vi en la necesidad de aclararlo, estos académicos son muy quisquillosos con las palabras- El no me jodas en el sentido de no me fastidies, no en el sentido de que me tires al suelo y me cabalgues como una perra en celo.
Había comenzado un poco nervioso, pero al final lo había arreglado. Ella me mira con la boca ligeramente abierta, como extrañada, luego agarra fuertemente el bolso que lleva en el regazo y vuelve la vista hacia la ventanilla. Académica será, pero maleducada también un rato. Bien mirado, con la edad que tiene, bastante es que pueda salir a la calle sola sin que se le vaya cayendo la baba. Aunque también me parece raro que salga sin compañía, esto me preocupa un poco y quiero ayudar.
-Ana María, señora Matute.
La mujer, sin dejar de mirar por la ventanilla, se encoge un poco más en su asiento.
-Ana María, ¿me escucha?
-Yo no me llamo Ana María -responde Ana María sin mirarme- y deje ya de molestarme, por favor.
La cosa es grave, tengo a Ana María Matute frente a mí totalmente senil y en dirección a Hendaya. Una premio Cervantes a la deriva, expuesta e indefensa ante cualquier palurdo, quién sabe si aquejada de incontinencia.
-Ana María, usted se ha perdido y está desorientada. Baje en esta estación conmigo y llamemos a la policía para que se pongan en contacto con algún familiar -le digo con la mejor de mis intenciones.
Ana María Matute empieza a sollozar. Pienso que debe de ser duro para esa mente privilegiada verse tan vulnerable y tener que recurrir a un desconocido.
-¡Déjeme, por favor! -los sollozos ya son llanto desconsolado.
-Ana María, si se está usted orinando no se preocupe -esto se lo digo muy despacio y muy alto por si arrastra algún problema de audición-, usted se baja conmigo y yo le acompaño al servicio, si es necesario le ayudo a sentarse en el retrete. A su edad es normal, si hasta Conchita Velasco ha hecho anuncios sobre el tema.
Ana María da un brinco con una agilidad inesperada para una persona tan culta. Trata de correr por el pasillo pero me abalanzo sobre ella y le agarro por el brazo para evitar que cometa una locura. A estas edades romperse una cadera equivale a meter un pie en la tumba. Por si fuera poco se ha olvidado la bolsa de puerros en el asiento.
-¡Socorro! ¡Ayuda! -grita la pobre mujer mientras trata de zafarse de mi abrazo de oso.
-¡Ana María, compórtese! -respondo mientras trato por todos los medios de mantenerla sujeta.
En pleno forcejeo, el tren empieza frenar y noto algo que está salpicando mis pies. Ana María se está meando. Entonces deja de resistirse y agacha la cabeza avergonzada.
-¿Ve lo que pasa? Mucho libro y mucho premio pero de sentido común anda usted muy justita. Si se hubiera dejado ayudar desde un principio no hubiera pasado esto -Ana María tiene la mirada perdida, entiendo que como gesto de aprobación.
El tren se detiene y las puertas se abren. Agarro a la señora Matute de la mano y salimos al andén. Quién sabe, quizás algún día me dedique uno de esos libros suyos infumables.
¿No sería Oskar Matutte?
dancin kid: imposible, al lado de Maschutes no me sentaría.
No me extraña que no quisiera hablarte y se orinase cuando la perseguiste, teniendo en cuenta que tiene más de 85 años yo también estaría muerto de miedo solo de pensar que alguien me abordase de tal modo.
Hay que tener mas sensibilidad con las personas mayores, pensemos que sufran alzeimer o no.
En cuanto a lo de su obra infumable, como afirmas despues de reconocer que no has leido nada suyo o no fuiste capaz de pasar de la página X, dice muy poco de tí. Te recomendaría leer “los hijos muertos”.
yo, traté de ayudar en la medida de posible pero no fue sencillo. Al final conseguí que me firmara la Interviú que llevaba encima, aunque al llegar a casa me di cuenta de que Ana María Matute firma como Joxepi Bengoetxea.
Me apunto lo de “Los hijos muertos”.
Un saludo.
Intentaré descubrir a qué hora coges el tren. No quiero perderme tu próximo encuentro. Y que sepas que yo llevo seis o siete años comprándole el periódico a Patxi López.
Menos mal que no te topaste con Fernando Fernánd Gómez porque lo mismo se orina en tu dirección.
Qué fan soy de este blog….
Ander, también le compraba Cds vírgenes a Moratinos hasta que cerró: http://www.enterat.com/blogs/autores/diario-esceptico/2008/03/31/moratinos-tenia-una-franquicia-de-airis-en-mi-pueblo/
El Jukebox, Fernando me parecía un borde hasta que apareció el famoso vídeo, después de eso le cogí cariño. Alguien que grita “¡no necesito su admiración!” no te puede caer mal.
Lis, gracias. Yo también soy muy fan, aunque lo mío no tiene tanto mérito.
Y añadía: ¡¡¡Admírele a su padre!!! Todo lo que sea reforzar los lazos paterno-filiales es un puntazo.
El jukebox, esa segunda frase es muy sabia porque tiene que haber una jerarquía en las admiraciones. Primero tu padre y luego ya harás un hueco para algún cómico cascarrabias.