Parque Esperanza
Recorrer el parque a la sombra de los sicomoros mientras su perro correteaba producía un gran relajo en Luis Mari Carazo. Según se acercaba al centro del parque, Luis Mari se dio cuenta de que este no iba a ser un paseo como el de todos los días. Un grupo de jóvenes y no tan viejos había acampado allí y estaban sentados en el suelo formando varios círculos. Habían desplegado pancartas y empapelado los troncos con folios. Se imaginó que eran los famosos indignados. Él no creía que fueran a tener más éxito que una tienda de astrolabios de segunda mano, pero en cualquier caso era mejor que estuvieran allí que no tirando piedras al tren o esnifando Supergen. Se acercó con curiosidad y disimulo a uno de los grupos. Una chica defendía con mucha energía y batir de brazos la idea de que los poderes fácticos habían convertido la expresión ‘democracia participativa’ en un oxímoron. El resto asentía con aplomo. Nuestro hombre se quedó mirando uno de los papeles que estaban colgados, el cual contenía un listado de las actividades programadas. Le llamó la atención que hubiera un taller de creación de palíndromos no sexistas. Lo cierto es que la jerga de la chavalería era incomprensible.
Mientras estaba distraído leyendo las actividades, su perro se acercó a una de las tiendas y comenzó a defecar. Al verlo, Luis Mari echó a correr para impedir que la indignación de los acampados aumentara, si es que esto era posible. “¡Bildu!, ¡Bildu!”, comenzó a gritar. Los acampados se volvieron hacia las voces. Sus rostros estaban desencajados. Nuestro protagonista había tenido la mala suerte de bautizar a su perro como Bildu hacía ya cinco años y la actualidad política había hecho el resto. “¡Esto es una protesta apolítica” -gritaba un joven-, “¡no intentéis utilizarnos!” -bramaba otro esperando quizás una invasión. Luis Mari seguía llamando a su perro cuando fue parado en seco por varios indignados. En un momento se vio rodeado por un grupo de idealistas con cara de pocos amigos: uno blandía un Naranjito de peluche, otro le apuntaba con una tesina sobre la caída del Imperio austrohúngaro y una chica grababa todo por el móvil mientras trataba de tranquilizar al resto chillando “¡no le deis de hostias, joder, nosotros no somos así!”.
El guauguau de Bildu rompió el encanto del momento y deshizo el embrollo. Luis Mari se explicó y la juventud, tras una votación a mano alzada, decidió reírse de lo sucedido. Después formaron un grupo que se dedicara específicamente a sacar conclusiones de lo acontecido y ponerlo por escrito. Luis Mari Carazo no ha vuelto a ser el mismo. La experiencia le ha cambiado la vida, aunque todavía tienen que decidir en asamblea si a mejor o a peor.
*Esta entrada no hubiera sido posible sin la colaboración de @EstanislaoLem, @foteropanico, @leitzaran, @eljukebox, @anderiza y @markosgive
No, si encima tendremos la culpa nosotros.
😉
¿Crees que fuimos muy blandos y te lo pusimos demasiado fácil?
La próxima vez se va a enterar, voy a desempolvar el diccionario de arcaísmos.
La verdad es que me lo habéis puesto muy fácil, sólo tuve que usar el diccionario 5 veces.
Grande!
La próxima vez habrá que registrar el nombre del perro en el registro de partidos; así no viene uno de verdad que te pise el nombre.
OT – Ejemplo de pleonasmo que me encanta: “unos jóvenes ingleses borrachos…”
lis, gracias.
leitzaran, la gente cuando pone nombres a los perros no se plantea que luego hay que gritarlos en plena calle y pasa lo que pasa.
Es que mi experiencia es al revés: son los perros los que me ponen nombre, y me lo gritan.
leitzaran, me imagino que cuando pasas quedan deslumbrados y exclaman ¡guau!