Jamás
Jamás tendré amigos, ni novia, ni trabajo, ni hijos, ni…
El temor a convertirme en un inadaptado contribuyó a que fuera pasando por todos los aros sin necesidad de látigo, sin saber discernir entre el deseo, la alienación y lo correcto. Ahora tengo ** años, echo la vista atrás y sólo veo puertas que no me atreví a abrir, pudiendo asegurar que cada una de ellas duele como un alfiler bajo las uñas. Esa frustración se fue convirtiendo en un árbol de hoja perenne, regado a diario con litros de sufrimiento y autocompasión, un monumento vivo a mi cobardía que cuanto más crece más seco me deja por dentro.
A veces me gustaría tener ** años más para no mantener viva la ilusión de que todavía hay tiempo, de que los errores no han sido tantos ni tan graves como para invalidar una vida entera. Otros días (yo los llamo “los días buenos”) me aferro a la rutina como a un tablón podrido en medio del océano, y las horas fluyen al compás de la monotonía. En algunas ocasiones, muy raramente, como esos instantes de lucidez que preceden a la muerte en la gente muy enferma, escribo.
con dos cojones 🙂
y un palito.
jo
pelines.
Corta
y rasga.
Un gran error justifica toda una vida. Lo malo son los pequeños errores, que casi no dejan huella. Acabas apenado y ni siquiera recuerdas por qué.
¡Toma desnudo integral!
Bueno, bueno, pero ese señor también tendrá tele, ¿no? Menos dramas, pues.
El Jukebox, también hay gente que ya nace apenada y se pasa la vida buscando justificaciones para esa pena.
El Humilde Fotero del Pánico, con cinta aislante en los pezones.
Ander, mientras no vea los telediarios se mantendrá a flote.