O quizás Nagasaki

Cuando John Hersey publicó su extenso artículo sobre Hiroshima en la revista The New Yorker, pasó de inmediato a la historia del periodismo por su minuciosidad en contar cada detalle, su objetividad no exenta de sutileza y su interés por el lado humano de la crónica. Pocos saben que la primera versión del artículo dista mucho de lo que más tarde saldría publicado, aquí tienen el comienzo del manuscrito original que John Hersey envió a su editor:

Exactamente a las ocho y quince minutos de la mañana, hora arriba hora abajo, el 6 de agosto de 1945 (COMPROBAR EL AÑO), en el momento en que la bomba atómica relampagueó sobre Hiroshima o quizás Nagasaki, la señorita Toshiko Sasaki, empleada del departamento de personal de la Fábrica Oriental de Estaño, acababa de ocupar su puesto en la oficina de planta y estaba girando la cabeza para hablar con la chica del escritorio vecino. En ese mismo instante, el doctor Masakazu Fujii se acomodaba con las piernas cruzadas para leer el Asahi de Osaka en el porche de su hospital privado, suspendido sobre uno de los siete ríos del delta que divide Hiroshima o quizás Nagasaki; la señora Hatsuyo Nakamura, viuda de un sastre, estaba de pie junto a la ventana de su cocina observando a un vecino derribar su casa porque obstruía el carril cortafuego; luego estaban un cura alemán y un doctor que no la espicharon de milagro; y el reverendo Kiyoshi Tanimoto, pastor de la Iglesia Metodista de Hiroshima o quizás Nagasaki, se había detenido frente a la casa de un hombre rico en Koi, suburbio occidental de la ciudad, y se preparaba para descargar una carretilla llena de cosas que había evacuado por miedo al bombardeo de los B-29 que, según suponían todos, pronto sufriría Hiroshima o quizás Nagasaki. La bomba atómica mató a un porrón de personas, y estas seis estuvieron entre los sobrevivientes. Todavía se preguntan por qué sobrevivieron si murieron tantos otros, fíjate tú lo que es la vida y lo caprichosa que es, la muy jodía.

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